O sea, imperativo del verbo alegrarse. Era el saludo
radiante con que se dirigía Jesús a las mujeres que habían ido con perfumes al
sepulcro (Mt 28,9), imperativo evidentemente extensible a todos los que
constituimos la familia del Resucitado.
Hay que reconocer que resulta raro que sea una exhortación tan poco
frecuente aún en ciertas instancias eclesiales, cuyas alocuciones podrían ir
precedidas por esta advertencia: "Preparaos para un disgusto".
Pero no sigo por aquí, que estamos en Pascua. Prefiero seguirle la pista
a esto de la alegría, porque me tiene preocupada el escaso alojamiento que
tiene en el imaginario cristiano.
Llevo ya tiempo haciendo "la prueba del algodón" con diferentes
grupos cristianos a los que invito a contar entre todos la parábola del tesoro
de Mt 13,44, y el resultado es siempre el siguiente: todo el mundo se acuerda
de cómo empieza: "El reino de los cielos se parece a un tesoro
escondido en un campo...", y luego aparece el hombre que lo encuentra
y se va corriendo a venderlo todo para comprar el campo.
Cuando recuerdo que falta algo, empiezan los detalles, unos reales y
otros pintorescos: que lo volvió a esconder, que estaba cavando, que el tesoro
estaba en un cofre... Salvo rarísima excepción, nadie se acuerda de la frase
sobre la que "pivota" toda la parábola y en lo que reside su
centro: "...POR LA
ALEGRÍA".
Y me pregunto qué es lo que ha pasado a lo largo de veinte siglos de
predicación y catequesis para que casi todo el mundo tenga tan claro lo de
renunciar, sacrificar, abstenerse, tomar la ceniza y dirigirse a Dios
pidiéndole: "No estés eternamente enojado...", y en cambio la alegría
parece estar disecada en una hornacina de sacristía o relegada a la
vida eterna, formando un kit o lote completo junto con la
"visión beatífica" y aquello que llamábamos
"novísimos".
A lo mejor es que necesitamos leer con mucho más detenimiento los relatos
pascuales y sentirnos aludidos cuando oímos lo de "¡Alegraos!"
Y recordar también, como dirigido a nosotros el poema precioso de
Salinas:
Y súbita, de pronto,
porque sí, la alegría.
Sola, porque ella quiso
vino.
Tan vertical,
tan gracia inesperada,
tan dádiva caída,
que no puedo creer
que sea para mí...
Pues eso, feliz Pascua.
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